10.9.08

Llega un momento que inocentemente nos pasamos la vida a la defensiva, protegiéndonos de todo y de todos. Inventándonos un escudo defensor que únicamente nos marca distancia con el resto y nos terminamos lastimando a nosotros mismos. Por primera y no última vez no marques distancia y sacate ese escudo que no es más que un enlace natural hacia tu corazón y tu mente. Tu mente que piensa y actúa, y lastima y se olvida de lo que pide tu corazón. Tú corazón que calla por vergüenza, por miedo al rechazo y tu cuerpo que actúa cumpliendo ordenes que manda tu cabeza intranquila y desconfiada. Una autodestrucción permanente y continua, y cada vez más espinosa, ¿te sentís más seguro de vos mismo estando en constante amenaza con el mundo? Los movimientos del resto son estímulos que te queman como fuego, enseguida reaccionas de la peor y más irritante manera. Hasta que tomás el papel de un guerrero y no dejás de desconfiar creyéndote más fuerte, valiente, inteligente, y siempre queres o crees tener la razón cuando simplemente sos una muestra berreta a la susceptibilidad. Porque pasas a ser una persona susceptible, irritable o irritante (obviamente, no sólo sufrís vos). Y así pasas los días angustiado, resignado, tolerando cosas que son más ficticuas que reales, porque no sos el tiro al blanco y nadie te está apuntando; simplemente sos uno más, no hay guerreros ni batallas, y hay que aprender a vivir (¿o sobrevivir?) sin sentir que todos los ojos apuntan a nosotros, confiando. Aunque a veces tomemos tanta confianza y nos devuelvan todo de una manera oscura y mentirosa, que nos destruye aún más. (A esto sumale los sentimientos que aparecen y desaparecen con la costumbre de estar sospechando continuamente de otro)